En las noches lluviosas, Haiver Mejía, Nancy Soto y su hija María José se esconden en una habitación oscura, donde resalta la luz de un bombillo de una virgen del Carmen en porcelana, que se refleja en un televisor quemado. En una cama tallada en madera, ellos duermen juntos y abrazados para que la muerte no los sorprenda separados.
No se ocultan de otras personas ni de animales peligrosos, se esconden de los rayos, que podrían matarlos en segundos, pues todos recuerdan la historia de Raúl Jiménez, el tío abuelo de Haiver, a quien, según aseguran, un rayo invocado por él mismo, le quitó la vida hace 50 años.
“Cuando era niño mi viejo me contó que el hermano de su taita estaba pescando en una mañana con cuatro amigos. Ellos tiraron los lazos, pero empezó a tronar muy fuerte, ya tenían demasiados peces, entonces decidieron parar, pero Raúl dijo: ‘Que me parta un rayo si no clavo el otro’, en ese momento, lo impactó un rayo y falleció. Lo más berraco es que estaba en la mitad de todos, pero solo él sufrió”, describe.
Los pescadores trabajaban en un sector conocido como El Caño de la Iguaná, zona rural de Cáceres (Antioquia), el pueblo donde viven los Mejía Soto, quienes creen que heredaron la desgracia de las descargas eléctricas.
Sus vecinos aseguran que ellos cargan una maldición en los hombros y que no han muerto porque Dios es muy grande. Sin embargo, ese fenómeno ha dejado muchas huellas en su humilde vivienda, de paredes color amarillo desteñido y piso de cemento carcomido por el tiempo.
Por causa de los rayos, su casa tiene grietas tan grandes como la mano de un adulto, las palmeras de coco del solar están descabezadas y partidas a la mitad, pierden muchas gallinas y plataneras, asimismo encuentran cadáveres de gallinazos e iguanas.
Los Mejía Soto, incluida su niña de 8 años, juran que su vivienda atrae este tipo de descargas porque estaría construida encima de una mina de oro o sobre algún entierro embrujado. Pero aun así no se van, dicen que la casita es propia y aguantará con ayuda de Dios.
Ellos tienen la desgracia de vivir en la vivienda donde caen más rayos en Cáceres, un municipio que recibe un poco más de 6.600 descargas eléctricas al mes, cuenta que no llevan los pobladores, pero sí Horacio Torres Sánchez, investigador de la Universidad Nacional.
La Nasa dice que Cáceres es el municipio con mayor actividad de rayos en Colombia y el cuarto en el mundo, pero en el pueblo, de 38.000 habitantes, ni el propio alcalde, José Mercedes Berrío, conoce ese estudio.
En el municipio del Bajo Cauca antioqueño se registraron cerca de 80.000 rayos en el último año, explica el investigador.
En promedio, en un solo kilómetro cuadrado pueden caer hasta 172 descargas por año. Una cifra 43 veces mayor a la de Bogotá y 80 veces superior a la de Estados Unidos.
Por ello, los Mejía Soto se acostumbraron a esquivar este fenómeno, que los obliga a restringir el movimiento por su casa, ubicada en la calle Bolívar, a cuatro cuadras del parque principal.
Aun así, ellos se ven conformes con sus vidas. Nancy es ama de casa y le ayuda a su esposo a vender pescados sin salir de su vivienda, los vecinos los buscan cuando necesitan bagre, bocachico y comelón.
Su mirada muestra a una mujer fuerte, trabajadora y a la vez dulce. Ella tiene 37 años, mide 1,48 m de altura, es troza, lleva su cabello castaño a la cadera, que contrastan con sus ojos cafés. Su frente es amplia y tiene nariz aguileña.
Su esposo es 13 años mayor que ella y 20 centímetros más alto, grueso, de piel morena y nariz chata. Todos los días madruga a pescar en el río Cauca, ubicado a menos de 20 metros de su casa.
María José es la mezcla de los dos, tiene piel trigueña, sacó los ojos de su mamá y la nariz de su papá. Sonríe como una niña feliz, aunque pasa los días lluviosos sin jugar ni ver televisión.
Con cada tormenta eléctrica, ellos evitan transitar por la cocina, el solar y el patio. Temores que son mucho más que creencias: este año los rayos han dejado cuatro huecos en paredes, pisos y techos; rompieron una tubería de agua; dañaron siete palmas de coco, un árbol de aguacate y otro de limón, además de un solo golpe, mataron cuatro gallinas.
Llueva fuerte o no, estas descargas son pan de cada día en el polvoriento municipio rodeado por el río Cauca y altas palmeras de coco, de casas grandes con colores desteñidos, la mayoría de tapia y bahareque, de calles pavimentadas por donde circulan pocos carros.
Fuente: http://bit.ly/2uWWmh3